El Pozo

Vía del campo

INGREDIENTES PRINCIPALES

  • 5 Patatas
  • Judías verdes alargadas
  • Sal
  • 1 Huevo
  • Jamón de York
  • Parmesano
  • Orégano
  • Leche
  • Aceite
  • Pan rayado
  • Puerro
  • Taglatelle all´uovo
  • Nata espesa
  • Pimienta negra
  • Perejil fresco

Preparación de la receta

Para preparar la receta de Vía del campo:

Y finalmente llegó ella. Llevaba 19 años esperándo a que apareciera, y se escondía de mí, equivocándose día tras día, minuto tras minuto. Con un segundo fue suficiente. A mí también me gusta el silencio, a veces. Cuando subo las escaleras hasta mi último piso, en este edificio nuevo en el que me encarcelé, lo único que quiero oír es el ruido de mis pasos y mi hija que me dice "Papá, espérame". La próxima vez será dentro de 3 días, y hasta entonces sólo puedo esperar sus vibraciones... y mi hijo, quién sabe cómo me mirará. A veces no soporto sus ojos sobre mí, me hacen sentir culpable de un asesinato que yo no cometí. Sin embargo, ya se ha pasado el tiempo de los remordimientos, de los intentos, de los platos rotos. Porque cuando cambias de punto de vista, ves un arcoiris, y entonces la mente hace click. Como su cámara de fotos. La lluvia golpeaba con fuerza la claraboya, justo encima de mi cama, e la altura de lo abuhardillado. Como si alguien me hubiera inyectado color, me levanté y vi que mi cuerpo se había hecho más líquido, como en una animación de Miyazaki. Me sentí hombre, animal, padre, amigo, pen friend, coordinador, socio, ex, fumador. Y cocinero. Pelé 5 patatas y las eché, junto con las judías verdes alargadas, en una olla con agua salada hirviendo. Conté todas las burbujas que explotaban bajo mis ojos, y cuando llegué a tres miliones doscientos doce mil ciento ventiuno, escurrí todo y puse las verduras en un cuenco. Con una cuchara bien pesada empecé a machacar las judías hasta que se hicieron hilo debajo de mi fuerza, y las patatas se convirtieron en puré sólido. Quedaba un huevo en la nevera: lo maté y lo usé en esa masa vegetal, junto con jamón york picadísimo, parmesán generoso, orégano y un charquito de leche. Tiré el cucharón por la ventana, di a mis manos el comando y empecé a amasar todo, con pasión, rabia y calma. En una fuente rectangular de metal, aceitada previamente, vertí todo ese contenido y con un tenedor empecé a dibujar un jardín zen por encima. Su nombre salió perfecto. Esparcí pan rayado y horneé a 220º. Tras 20 minutos, sonó el timbre. Era la primera vez que sus piernas entraban en mi espacio privado. Todo fue tan espontáneo, como si fuera natural recogernos las lágrimas mútuamente y que desaparecieran, beso tras beso. Necesitaba más tiempo de reacción, por eso le serví un vino y le dije: aún no empecé con la pasta... ella, rompiendo cualquier esquema, me había traído tres flores, una para cada una de mis sangres. Mientras me hablaba normalmente de sus días atrás, yo cogí un puerro y lo corté en rodajas finísimas y las eché a una sartén con aceite. A ponerse rubias, niñas. Por otro lado, cocí las tagliatelle all'uovo, que había comprado el día anterior en la tienda de Pasta Fresca de la calle Génova. En cuanto subieron a la superficie del agua, las escurrí y las eché a la sartén donde las esperaba el puerro, y eché nata espesa y pimienta negra. Removí todo a fuego muy lento para que la nata no perdiera su consistencia. Saqué el perejil fresco y picado de la nevera, dibujé un corazón verde en el plato y serví, al centro, la pasta fumante. Estaba todo listo, todo perfecto. Para vivirlo. Sin que me diera cuenta, me besó. Y toda la comida aún espera en Vía del Campo, en esta Isla de los hambrientos.


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